Desde que los bancos centrales dejaron de vincular sus monedas al precio del oro, el dinero se convirtió en un concepto nebuloso, en una promesa de pago basado en la confianza. Confianza, por cierto, en Dios, según nos dice cada billete verde: In God We Trust. Ahora que la fragilidad del sistema financiero ha quedado al descubierto y pese a que aún no se dimensiona plenamente la magnitud de la burbuja, muchas creencias de la economía han sido derribadas.
Quienes pensaban que el ciclo económico había sido domesticado, como Ben Bernanke, que decía tener las herramientas tecnológicas para evitar las crisis, e incluso hacía chistes con ello cuando se refería a la imprenta de billetes y al helicóptero, ahora ven que se ha creado un cráter bajo sus pies.
El nivel de endeudamiento que tiene Estados Unidos, y que continúa aumentando a través de la sucesiva emisión de bonos del Tesoro, está inundando la plaza mundial de papeles de la deuda en una dimensión inimaginable. Si sólo por un momento los inversores sospecharan de la incobrabilidad de una deuda que ya supera los 11 billones de dólares, la conclusión seguramente sería que estamos ante una catástrofe varias veces superior a lo que hasta el momento vemos, la probable y verdadera dimensión del fenómeno.
Estados Unidos está sufriendo las consecuencias de una crisis de endeudamiento excesivo generada por una seguidilla de errores que van desde la disparidad del ingreso hasta las altas remuneraciones que se han otorgado sus ejecutivos. Las empresas y los hogares están gimiendo bajo el peso de una deuda sin precedentes. La deuda promedio de los hogares ha llegado a 149% de la renta disponible en los Estados Unidos y 175% en Gran Bretaña. Lo peor de todo son los bancos. Algunos bancos han financiado pasivos 40, 60 e incluso 100 veces la cantidad de su capital. La falsa ilusión de que una crisis de exceso de deuda podía resolverse con la creación de más deuda está en el corazón de la Gran Represión.
Y Obama está en la dura batalla contra el tiempo de que el Congreso apruebe el plan de rescate por los 825.000 millones de dólares que le permitirán inyectar a la economía y comenzar a sacarla del letargo, y al menos reducir (en ningún caso eliminar) la tasa de desempleo que está llegando a las 600.000 personas al mes. Como Don Quijote, Obama se mueve en la búsqueda de este sueño imposible que reactive la economía y evite la inminente caída al precipicio que arrastraría con todo el mundo a cuestas.
Imagen | G. Villena