Durante tres décadas la doctrina monetarista impulsada por Milton Friedman imperó en la ciénaga de la economía mundial. Aquí estaba la voz de mando, el eje invasor de la actividad económica ejecutado por los bancos centrales. Observando sólo el desempeño de una única variable crucial: los precios.
Este es el termómetro, el sensor, el marcapasos que controlaba el ritmo y salud de la economía. No importaba que ese control riguroso y artificial de una arteria provocara trombosis o letargos en otra. Menos aún se consideraba la idea de generar un virus especulativo con el incentivo adicional de tener una variable central establecida. Los precios eran el objetivo y los bancos centrales, los alguaciles de su cumplimiento.
Este predicamento de Friedman lo siguieron todos los banqueros centrales del mundo, como una religión, y convirtieron el rigor de las metas inflacionarias en su único objetivo. Nunca fue relevante el nivel de empleo o la distribución de la riqueza, transgrediendo los principios básicos de la teoría económica de Smith y Ricardo, que sostienen que lo relevante es el trabajo y la distribución.
Alan Greenspan, presidentede la Fed desde 1987 a 2006, abrazó la religión de Friedman hasta el exceso y se esforzó por ser uno de sus discípulos más brillantes. A tanto llegó su fanatismo, que señaló que los banqueros centrales habían aprendido a desterrar para siempre las depresiones. Incluso, siguiendo a Friedman, señalaba que la Gran Depresión había sido un error de la Fed y el gobierno. Esta idea, seguida por muchos economistas del mundo que han leído los mismos libros, validaron ese eje conceptual de que “sólo el dinero importa”.
Y así es como Friedman llegó a sostener que cualquier rebrote de crisis se resolvía tirando la plata en helicóptero (que es lo que han hecho Paulson y Bernanke), así también negó la existencia de fenómenos como estanflación y trampa de liquidez.
Esta lógica, que tiene a gran parte de la teoría económica en entredicho, señaló que había una cosa llamada tasa natural de desempleo, como una excusa para abandonar las metas keynesianas de pleno empleo. Es decir, que una tasa de desempleo del 6% podía considerarse como algo estructural del sistema, algo así como aceptar que en un hospital se acepte una tasa de mortalidad del 6% de los pacientes. En este sentido, la falla principal del modelo propuesto por la doctrina monetarista de Friedman es el absoluto desinterés por el nivel de empleo, y el desprecio a la vida humana.
La arrogancia de Greenspan y la fe ciega en que las inyecciones de liquidez pueden permitir la solvencia del sistema, lo están llevando a la quiebra. Billones de dólares están siendo arrojados al fuego, lo que aumenta más el incendio. Este dinero tendrá que ser reembolsado en los próximos años por los contribuyentes, lo que significará un importante recorte en el gasto. Los rescates de Paulson y Bernanke han sembrado la semilla paradiez años de estancamiento.
Más Información:
Paul Krugman | El País: Luchar contra la depresión
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