Un par de elementos centrales a tener en cuenta en Economía son: el factor tiempo (no se puede confundir 6 meses con 2 años); y el orden esperado de los sucesos. En este sentido, para entender por qué los precios no tienen por donde subir, hay que primero conocer las magnitudes en la caída de la demanda. Y que esta caída en la demanda es el reflejo directo de la cuantiosa caída del consumo. Y que su vez, el descenso en el consumo es producto de las hordas de desempleados que aumentan día a día. Como puede verse, es una cadena fatal, en declive, con desaceleración creciente, que late cada vez más débilmente.
Gran parte de esta evidencia hace muy poco probable que se avecine una tormenta inflacionaria como temen aquellos que anticipan una espiral inflacionista cuando todo vuelva a la normalidad. El problema es: ¿Cuando ocurrirá esto, en 6 meses, 2 años…? Al respecto, Wall Street sufrió ayer un nuevo desmayo al darse a conocer la mayor caída de las ventas al detalle en 60 años. Es lógico que si aumenta el desempleo a la velocidad que estamos viendo, la caída global de la economía no se resolverá en un par de meses, ni en seis. Por eso no debe sorprendernos que Athanasios Orphanides haya ido aún más lejos a lo advertido en este blog, al señalar que el verdadero riesgo que tenemos por delante es el de deflación. De hecho, el miembro del Banco Central Europeo expresó:
“La debilidad de la demanda mundial en los últimos meses está ejerciendo una presión general a la baja de los precios, no sólo para este año, sino también para el próximo año y tal vez más allá.”
¿Riesgos de inflación? Al contrario. Mientras los sectores productivos sigan su cabalgata por el desierto y aumente el peso de los países que ven desplomarse su poderío industrial, la demanda seguirá débil. A la caída de Taiwán y Corea del Sur, se suma ahora Singapur, cuya economía, tras once meses seguidos de caída en las exportaciones, sufrirá un desplome de 9% del PIB. Todos los tigres asiáticos, incluidos Tailandia, Malasia y Hong Kong, sufren las consecuencias de una globalización que se alejó cada vez más de los equilibrios reales y dio carne y sangre a la especulación y los derivados.
Vivimos tiempos convulsionados, y por cierto puede ocurrir cualquier cosa. De hecho, hace apenas seis meses, hasta la Fed negaba que hubiera crisis. Para qué hablar de la ortodoxia mayor. En este sentido, es natural que los precios generen inquietud, pero es preciso comprender las causas reales que los mueven y no comprar las ideas a Friedman: su visión para el control de los precios como el elemento central de la economía terminó siendo una falacia. Más aún cuando su posición intervencionista para el control de precios (la tasa de interés), terminó siendo tan o más dañina que aquella que imperaba cuando los precios se fijaban por decreto. Ambas maneras de controlar los precios resultaron ineficaces. La miopía de ambos procesos da cuenta del tipo de gafas con que se enfrentó la globalización. Y por eso el caos actual.
Para refrescar la memoria, la última escalada inflacionista tuvo dos componentes: uno real, favorable a la economía que produce bienes y servicios; y otro irreal, inducido por los animal spirits. El caso real fue el fuerte incremento en la demanda de leche, trigo y maiz por parte de China e India el año 2007. Estos países vieron que ya era hora de alimentar mejor a su gente y provocaron el alza y la escasez súbita de estos alimentos básicos. La decisión pilló por sorpresa a la FAO, el organismo encargado ¿de ver? que la producción de alimentos está acorde a la oferta y la demanda mundial.
El segundo componente que dispara los precios tiene que ver con la especulación, y aquí Bernie Madoff destinó muchos de los recursos que manejaba, a especular con el precio del petróleo en esa temeraria maratón del 2008, que llevó el precio del crudo a 145 dólares el barril. Cuando el petróleo comenzó su desplome, vino la inmediata ruina del inversionista de Steven Spielberg. Por este tipo de operaciones es que la transparencia financiera se ha convertido en una exigencia clave del Nuevo Orden Financiero que debe aplicarse tanto a países como a empresas. Por ello también, es un imperativo para el G20 y la OCDE.
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