El otro día fui a comprar un reproductor digital de música a una tienda, costaba 399 €, y decidí llevármelo. Lo probé, y desde la fecha estoy encantado, así que he decidido enviarles un 15% de lo que me costó a los ingenieros que lo diseñaron. Muchos os preguntaréis por qué lo he hecho… el motivo es simple: la empresa que comercializa estos reproductores les paga un sueldo ínfimo a los ingenieros, y ellos viven realmente del dinero que reciben de los clientes, que es compartido entre todos los ingenieros de la compañía que trabajaron para crear este reproductor digital.
¿Parece esto coherente? A mí no, porque quien les dijo a ellos el tipo de producto que tenían que desarrollar es el director de marketing de la compañía, y el responsable de cómo son finalmente fabricados es el director de calidad, que hace lo que el de operaciones le dice. Entonces ¿por qué son los ingenieros los que tienen que “pagar el pato” si el producto es una mierda? Evidentemente esto que os acabo de contar no es verdad, es un símil que me he inventado para mostrar lo absurdo que es el tema de la propina. Si vamos a un restaurante o a un bar se supone que si nos quedamos satisfechos con la experiencia (que no con el servicio, porque si nos sirven una ensalada sin lavar y con gusanos muy elegantemente, lo único que vamos a dejar es una reclamación) tenemos que complementar el bajo sueldo que le paga el dueño al camarero dándole una propina.
La propina de hoy en día es la fidelización, que es lo que permite pagar sueldos decentes independientes de la voluntad del cliente, y poner un precio realmente cerrado a las cosas, de tal forma que si se desembolsa esa cantidad todos nos quedemos contentos. Quizás el modelo fue válido para otro momento, pero ahora es sólo una costumbre absurda.
Pero ¿cómo lograr que esto cambie? Es complicado, pero supongo que la única solución que se me ocurre es que los clientes no volvamos a dar una propina, y así estabilizaremos el sistema. ¿Y cómo medir la satisfacción? Pues podemos dibujar una carita sonriente en la cuenta cuando nos quedemos contentos.
¿Se os ocurren otras alternativas?